El hombre que se bebía todas las cervezas de los bares /
Armando Arteaga
Pilsen no solo era un
plúmbico novelista sino también un excelente bebedor de cerveza.
Se levanta desde muy
temprano a joder. Se le siente desde su
cuarto del hotel Europa que da frente a la ventana de mi cuarto y pasa
horas de horas dándole suavemente, al traqueteo de la máquina de escribir.
Así es todos los días hasta
las tres de la tarde en que descansa para almorzar y se marcha al bar a beber
cerveza. Empieza sentándose en la última
mesa del Tívoli. Bebe solo
y pausadamente su cerveza. Mira la calle
melancólicamente, termina una a una cada botella y juega delicadamente con el
vaso de bohemia y letras como apostando
la vida. Nada le entusiasma, solo el paso de las mujeres. Desde esa caja
de cristal que es el Tívoli alarga el cuello como ganso cada vez que
aparece en el encuadre de la calle algo que le entusiasme. Una mujer, otra
mujer, otra mujer. Así son los días de
Pilsen mientras escribe echando humo con la pipa, tabaco Amphora, sabe diantre
pensando en qué país exótico, y que después describirá en sus novelas
farragosas, plúmbeas, arrogantes e ingenuas, páginas tras páginas.
La otra noche, con la
curiosidad de periodista que tengo desde los veinte años y con la experiencia
de haber trotado gran tiempo por varias redacciones de periódicos diversos y en
diversas partes de este globe trotter, mejor dicho. con el arte del
enamoramiento, he tratado de convencer a Pilsen cada vez que miraba hacia la
calle y aparecía por allí en un gran plano una Hayworth magnífica, de que la
vida es perpetua, la vida vale, so cabrón.
Pilsen amable ha respondido
a mi llamado de atención con una sonrisa y alzándole mi vaso de cerveza desde
mi mesa, he festejado cada buen acontecimiento de la calle, tratando de ignorar
que el tiempo pasa cruelmente y que soy lector anónimo de las novelas de este escritor misógino, que estudia a las
mujeres que pasan por el cinema de La Colmena en cada detalle que ya
podría uno imaginarlo como un pintor de La Neuve Renaissance.
Pero cómo es que Pilsen,
iritis, que se entusiasma tanto por la belleza de la mujer peruana y escribe
ahora una novela sobre el Perú es un ser desdichado y solitario. No era
lógico que este novelista de enorme audiencia que siempre termina una
novela en: “Oh, muchachos, todo es una fiesta”, y que escribe con minuciosidad
y regodeo de hipopótamo, ande en penumbras.
Lo he comprobado la otra noche en que en un inglés casi inadvertido para
mí, me ha hablado de su barrio de Clerkenwell, del padre bretoniano asesinado
por los nazis, del final de su último bestseller en el que un
agente de la F.B.I. termina encontrándose en una isla solitaria a una
muchacha sola y desnuda pintada en oro, me ha dicho además que siempre se ha
sentido desdichado y desolado, que lo único que le interesa en esta vida es
escribir, y que de no existir la literatura y el periodismo, ya se habría
suicidado.
Pilsen es una persona
destructiva, se mete al cuerpo todo lo que puede, cualquier droga: cocaína,
hashich, opio. No es sólo la droga lo que aniquila a Pilsen, iritis, vive ‑discretamente‑
en el martirio de San Sebastián. No sé por qué, pero Pilsen, ha entendido que
soy lo suficientemente desinhibido y sincero como para allí nomás lanzarme el
amistosamente ¿Me entiendes?, que soy amplio y el primer lorcho que ha
descubierto en esta ciudad desbordada, ritual y esquizofrénica, que puede
comprender sin dejar de ser machista culturalmente, iritis, su problema de
homosexualidad, que lo carcome en las noches, pues en la claridad del día , sólo
vive para escribir, y a lo mejor para
atormentar a sus despistados lectores.
Inútil, todo gesto vacuo,
aunque en el vals tengo el orgullo de ser peruano, un gato negro cruza la
calle, y soy feliz, menchica, en el Newsweek viene la mala noticia, de
haber nacido en esta hermosa tierra del sol, joder con este gringo novelista,
donde el indómito Inca, fumo un Inka, fumo un Camel. prefiriendo morir, puta
madre, qué pendejo, colgarse de una soga, sin escribir una palabra, ni un adiós
a las armas, debe ser cojonudo, gringo, porque aquí en el Newsweek, la
sangre chorrea en la fotografía de la primera plana, en la novela de la vida,
legó a mi raza, loquete y escritor, la gran herencia de su valor, hasta
siempre, gringo viejo, perulero, borrachón.
Harto de la vida, huevón,
sin happy‑end.
Del libro: "Cuentos de cortometraje" (2002)