sábado, 7 de febrero de 2009

JOSÉ WATANABE Y LA POESÍA DEL 70/ ARMANDO ARTEAGA

Al empezar la década del 70 surgieron nuevas voces en el panorama de la poesía peruana. Los poetas del 70, tenían nuevas actitudes e inéditas motivaciones en el “background” de su reciente poesía. Voces diversas salidas del telúrico mensaje -intransigente- que apostaba por un cambio para la sociedad peruana, imposición volcánica -de aquellas expresiones sinceras-, del fuego directo que emanaba de esa juventud dispersa de sus plaquetas, revistas y libros: que anunciaban la muerte prematura de la otra poesía del “establisment”.
Son varios los nombres que esta noche asoman a la ventana indiscreta de mis recuerdos y de mis emociones venidas de aquellos años, llenos de revueltas sociales y de múltiples tendencias, de escisiones culturales e intelectuales como el estructuralismo, el existencialismo, el anarquismo, el marxismo (con sus vertientes respectivas): el stanlinismo, el troskysmo, el maoísmo, el guevarismo, y las nuevas propuestas izquierdistas de Gramsci, Luckas, y Marcuse.
Recuerdo mis tiempos de vagancia adolescente y los primeros años del trajinar literario, entre la bohemia y el estudio riguroso. Recuerdo aquella tertulia literaria de entonces en algunas de aquellas mesas (del frió mármol blanco) en el Café Palermo conversando de literatura (mesas llenas de rumas de tazas de café y cigarrillos que fumábamos como chino de bodega en quiebra) y otros asuntos afines a la emoción cultural de aquella época. Recuerdo, me parece verlos, a Enrique Verástegui, a Jorge Pimentel, a Tulio Mora, a Oscar Málaga, a Juan Ramírez Ruiz, a José Cerna, a Santiago López Maguiña, A Yulino Dávila, a José Rosas Ribeyro, a Patrick Rosas, a Vladimir Herrera, a Omar Aramayo, a Juan Carlos Lázaro, a Guillermo Falconi, a Freddy Roncalla, a Elías Durand, a Isaac Rupay, a Enriqueta Belevan y Elsa Sánchez León, digamos que podría decirse que esa era la mesa de los Hora Zero y sus amigos. Era fácil encontrar en las otras cercanas mesas del Palermo, a otros habitúes. Habían otras mesas, solemnes y bohemias, la de los escritores del grupo Narración con Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Juan Morillo, Gregorio Martinez, y Antonio Gálvez Ronceros. En otras mesas, también se podía encontrar a otro grupo de poetas de la revista Hipócrita Lector con Marcos Martos, Hidelbrando Pérez, Elqui Burgos, Carlos Garayar, Lorenzo Osores, entre otros escritores y artistas. En esta ultima mesa, solía verse algunas veces al poeta José Watanabe Varas. Eran tiempos muy locos también, aparte de agitados, los fines de semana solíamos organizar algunas fiestas y allí socializábamos nuestras relaciones de amistad y por supuesto limábamos las asperezas de nuestras radicales opciones políticas.

A José Watanabe me lo presentó -una tarde de octubre del 71- Enrique Verasategui en la puerta de la librería-callejón Época en la calle Belén, al costado del piano-bar. Munich y del Chifa Wony, donde tantas veces conversamos de poesía y de literatura. Watanabe tenia algo en común conmigo, mientras que él acababa de abandonar sus estudios de arquitectura en la Villarreal, yo en cambio empezaba a consolidar y a formalizar los estudios míos de arquitectura en la UNI. Por esa afinidad, siempre teníamos temas comunes de conversación en nuestros esporádicos encuentros. Watanabe no hacia mucha bohemia, ni le entusiasmaban los manifiestos, era algo huraño, además: un asiduo concurrente a los cine club del Ministerio de Trabajo y al Museo de Arte.
José Watanabe Varas nació en Laredo (Trujillo), en 1946. Compartió con Antonio Cilloniz el Premio “Poeta Joven del Perú” que organizaba las revistas “Cuadernos Trimestrales de Poesía”, en 1970. La poesía de Watanabe era inusual cuando apareció en 1971 su libro “Álbum de Familia”, suceso que fue aplaudido por Abelardo Sánchez León en la revista “Oiga” (N- 429, Lima 25 VI. 1971. pp. 35-36), aunque Watanabe ya había publicado también su famoso cuento “El Trapiche” en la revista Narración.
En “Álbum de Familia”, Watanabe desarrollaba una poesía de tonos íntimos, con rasgos de la vida familiar, poesía conversacional, con melancolía provinciana, y una critica irónica a ciertos modales burgueses y pequeño burgueses. Era una voz muy original, cerca del imaginismo, y no en vano, uno de sus más destacados poemas: “Cuatro muchachas alrededor de una manzana” llevaba una cita del poeta norteamericano Wallece Stevens: “La música de Susana tocaba las lujuriosas fibras”. Lo que màs me llamò la atención de aquel libro “Álbum de Familia” de Watanabe fue su poema Chagall, perfecto como una esfera, donde están los mejores atributos del poeta Watanabe, que anunciaba ya, un profundo conocimiento por lo visual, no olvidar que también era dibujante y diseñador, y más tarde trabajó para el cine. En Chagall, el recurso coloquial ocupa racionalmente el seguimiento de las pulsaciones de la sangre: en el ritmo de sus versos, con evidente influencia tomada de la teoría del “verso proyectivo” de Charles Olson, el epigrama griego, el hai-kai, la renga y la literatura “gozan” japonesa:

CHAGALL
Si me atrevo y abro la ventana
puede suceder:
el cielo gris con su golondrina completamente natural
o dos amantes sobre el mismo cielo anunciando el verano.
Soy un hombre cauto,
estoy acostumbrado a los días
y temo los milagros no previstos en el programa.
Chagall ha detenido su largo vuelo sobre mis libros,
viene de sobrevolar los campos y las aldeas,
ha estremecido
los árboles
ha derribado
los frutos
la manzana
que descalabró los ojos miopes de Sir Isaac Newton.
Le digo que no crea
que yo también entreveo la posibilidad de volar,
de caminar por el cielorraso
de invitar a las muchachas
a mirar la ciudad desde arriba.
Chagall sonríe y sabe
que un hombre cauto
no puede huir de la cordura.
Si me atrevo y abro la ventana sé lo que puede suceder:
un hombre que se va sobre el aire
inventando
con un violín rojo
una serenata.
(De Álbum de familia Lima, 1971)

En la poesía de Watanabe, encontramos a Modigliani, a Margritte, a Chagall, a Goya, a Munch, las técnicas del "verso proyectivo" de Charles Olson, el pensamiento matemático de Max Hill, la semántica de Korzybsbi y Hayakawa, el concretismo de Kitasono Katsue, la pintura costumbrista japonesa de Hokusai Katsushika, Utamano Kitagawa y Eitoku Kano, la influencia onírica de nuestra recordada amiga Tilsa Tsuchiya, el budismo zen y la pintura”suibokuga”: actitud confesada y abierta a cierta sabiduría tomada de la observación minuciosa de la naturaleza, y una gran aproximación a la obra del maestro Matsuo Basho.
Llega la consagración literaria de Watanabe con sus libros: “El huso de la palabra” (1989), “Historia Natural” (1994), “Cosas del cuerpo” y “Habitó entre nosotros”; “De la memoria del ojo”, historia de la inmigración japonesa al Perú a partir de fotos de archivo (en co-autoría con Amelia Morimoto y Oscar Chambi, 1999); “Antigona” (versión libre de la tragedia de Sófocles), y varios guiones cinematográficos , entre ellos el filme “La ciudad y los perros” , basado en la novela homónima de Mario Vargas Llosa. Entre las antologías que recogen lo mejor de su obra destacan “El guardián del hielo” (Grupo Editorial Norma) y “Patch through the canefields" publicado en Londres.
La poesía de Watanabe creció en dimensión estética y en profundidad filosófica, rescatando la sencillez de la vida, la belleza árida y cromática del paisaje costeño, lo bucólico del paisaje serrano y hasta la sonoridad acuática de lo selvático.


De esta parte de su obra, me ha interesado mucho el poema “La mantis religiosa”, observación estupenda que el poeta hace de la vida biológica con mirada de entomólogo desde una perspectiva muy personal:

LA MANTIS RELIGIOSA

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de
mis ojos
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
cáscara.

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho
vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
a la muerte
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.

Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última
palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
de agradecimiento.
(De El huso de la palabra)


Otro poema del rescate estético, ético y ontológico de la poesía de Watanabe, tomado desde la perspectiva y el aporte de la contemplación de la naturaleza, es “En el desierto de Olmos”, allí Watanabe, que fue un profundo conocedor de la manera “del pensar” y la forma de vida del campesino de la costa norteña de nuestro país, sabe describir y darle voz propia a la relación entre el hombre, el hambre, la iguana (como despensa animal), y el medio ambiente natural:

EN EL DESIERTO DE OLMOS

El viejo talador de espinos para carbón de palo
cuelga en el dintel de su cabaña
una obstinada lámpara de querosene,
y sobre la arena
se extiende un semicírculo de luz hospitalaria.

Este es nuestro pequeño espacio de confianza.

Más allá de la sutil frontera, en la oscuridad,
nos atisba la repugnante fauna que el viejo crea,
los imposibles injertos de los seres del aire y la tierra
y que hoy son para su propio y vivo miedo:
La imaginación trabaja sola, aun en contra.

La iguana sí es verdadera, aunque mítica. El viejo la decapita
y la desangra sobre un cacharro indigno,
y el perro lame la cuajarada roja como si fuera su vicio.

Rápida es olorosa
la blanca carne de la iguana en la baqueta de asar.
el viejo la destaza y comemos
y el perro espera paciente los delicados huesos.

Impensadamente
arrojo los huesos fuera de la luz
y tras ellos el animal entra en el país nocturno y enemigo.

Desde la oscuridad aúlla estremecido
y seguramente queriendo alcanzar
entre la inestable arena
con ansia
nuestro pequeño espacio de confianza.
Oigo entonces el reproche del viejo: deja los huesos cerca,
el perro
también es paisano.

( De Historia natural )

Por ultimo en el poema “El guardián del hielo” , que es una especie de “alter ego” de la infancia del poeta en Laredo, es donde Watanabe compone con destreza este estupendo poema, donde la poesía es ese conocimiento que aproxima al poeta con la gran sabiduría -que emanan de la materia de las cosas- del “gozan bungaku” y la pintura “suiboku-ga”, donde se llega a identificar la trayectoria de los versos con el “tempo” oriental de las imágenes: que es muy parecido al universo andino de nuestra pintura costumbrista, por ejemplo: la pintura de la escuela cuzqueña, y la elegancia de esa sabiduría campesina para describir el paisaje nuestro de Laredo, transformado por la poesía de Watanabe casi en un lugar mitológico como Macondo o Cómala, Santiago de Chuco o Coyungo:

EL GUARDIÁN DEL HIELO

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil

Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.
(De Cosas del cuerpo)
Saludo con admiración la poesía de Watanabe, uno de los más grandes poetas de la generación del 70. Lamentablemente, este rápido viaje adelantado hacia el mas allá (de la gloria que se merece tal poeta), nos deja de pronto desolados por su prematura muerte, pero nos deja también el sabor inconfundible de esa sabiduría afable de su poesía dialéctica, llena de descripciones y de paisajes con una identidad cultural elaborada de la tradición andina y japonesa, de versos bien escritos, y siempre -al detalle- minuciosamente estudiados, llenos de una singular belleza. Watanabe fue un pintor que alcanzaba poemas y un poeta que imaginaba pinturas.

Lima 05 de Octubre del 2007.

*Conferencia disertada con motivo de la entrega de premios a los alumnos de los VIII Juegos Florales Dominguinos "Josè Watanabe Varas" del Colegio Santo Domingo de Guzmàn, Las Flores, San Juan de Luringancho, Lima, el 05 de Octubre del 2007.

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