miércoles, 18 de marzo de 2009

HUAMÁN, CORNEJO Y LA CEGUERA O CUANDO LA VERDAD MOLESTA/ POR JOSÉ ROSAS RIBEYRO


HUAMÁN, CORNEJO Y LA CEGUERA O CUANDO LA VERDAD MOLESTA

POR JOSÉ ROSAS RIBEYRO



La verdad duele, la verdad molesta, la verdad es lo que rechazan quienes han convertido su ideología en fe religiosa y creen tener así una base sólida en que apoyarse para combatir lo que la verdad de los hechos pone en cuestión en las elaboraciones de una ideología perfectamente cerrada a toda crítica. Yo no soy de los que creen que la eliminación de las ideologías es la panacea universal, pero sí creo que ésta tiene que ser sometida constantemente a la crítica, a todas las críticas posibles, de tal manera que, como lo quería Sartre, se llegue a pensar contra sí mismo. Esto viene al caso porque he leído en estos días dos textos de Bethsabé Huamán Andía, uno de ellos, “Mujeres, escritura y poder. El caso de María Emilia Cornejo”, dado a conocer en el espacio virtual de Sol negro gracias a Paul Guillén, y el otro, que comentaré más brevemente, titulado “Género y laicidad en el Perú. Discursos, representaciones y literatura” que ha llegado a mis manos sin que yo sepa bien cómo. Son dos textos que tienen el aspecto exterior de análisis serios, la estructura de trabajos académicos debidamente reflexionados. Sin embargo, cuando se los lee se les nota un defecto central: su rechazo absoluto de la verdad de los hechos y la atribución a otros, como yo, de prejuicios provenientes de la propia ideología acrítica de la autora. No por nada, al leer el primero de ellos en Sol negro, el crítico Gustavo Faverón (con quien no siempre estoy de acuerdo) lo comentó en su blog Puente aéreo poniendo frente a frente una frase de Bethsabé Huamán y otra de Alan García. El demagógico presidente de los peruanos “aconsejó” a Barak Obama en un discurso, que no dijera la verdad sobre la grave crisis económica por la que pasan actualmente los Estados Unidos y el mundo en general, y la enceguecida feminista al final del primer artículo mencionado escribe con todo desparpajo: “Es muy grave lo que está en juego en relación con María Emilia, no tanto por el hecho de que haya escrito o no los poemas, que está claro que la esencia es suya aunque haya sido trasformada la forma, sino por la repercusión simbólica que ello tiene sobre la posibilidad de conformar una tradición artística y una identidad” (los subrayados son míos). El fin justifica los medios para Bethsabé Huamán, a tal punto que no le interesa en absoluto la verdad sobre los textos en cuestión. ¿Hay crisis? Mejor no hablar de ello. ¿Hay crímenes? Mejor cerrar los ojos. ¿Los tres poemas de M. E. Cornejo más elogiados por la crítica y los lectores de uno y otro sexo (y no sٕólo por mí, Bethsabé), no fueron escritos por ella tal como se conocen? Mejor no saberlo y que no lo sepa nadie, porque resquebrajaría una construcción simbólica que se ha erigido sea sobre la mentira (en el caso de los que saben desde hace décadas que Elqui Burgos y yo “armamos” los tres poemas famosos y nunca lo mencionaron en sus “análisis”), sea sobre la ignorancia. Y ni una ni otra de estas dos vertientes puede justificarse actualmente. Este mismo fragmento del texto de Huamán lo comenta y critica Paolo de Lima en su blog Zona de noticias, destacando él, por su parte, que la “forma”, que para ella no parece tener ninguna importancia, sí que la tiene para Carmen Ollé, prologuista de la segunda edición de En la mitad del camino recorrido, la reunión de todos los textos de M. E. Cornejo, cuando escribe: "el estilo, como expresión, es el que impone la calidad, y no el tema, como se cree, el que alcanza la intensidad en un texto literario" (los subrayados son míos). Tiene razón mi amiga Carmen: el “estilo”, la “forma”, es esencial en la literatura, como lo sabe bien cualquiera que escriba con conciencia de lo que hace. Y el “estilo”, la “forma” de los tres poemas en cuestión se lo aportamos Elqui y yo a los textos de base, que sí eran de M. E. Cornejo. Y fue así aunque a algunos les moleste.No voy a argumentar aquí sobre todo lo que Bethsabé Huamán afirma de manera más o menos antojadiza, y a menudo con construcciones mentirosas, en los artículos antes mencionados. Es evidente, me parece (aunque puedo equivocarme sobre la evidencia de las cosas) que ella también (como Silva Santisteban y Pollarolo) aborda el tema que planteé en “María Emilia Cornejo: el lado oculto de un mito” (Intermezzo tropical, n°5, diciembre 2007) utilizando sólo en parte el cerebro y con demasía el hígado. Comprendo que no le haya gustado que yo terminara aquel artículo citando una frase suya, “María Emilia Cornejo es la verdadera precursora de una vivencia de la poesía desde la mujer” (“Fábula de dos hermanos”) y afirmando sobre ella que me parecía una visión simplificadora y un juicio arbitrario y exagerado. Pero ya que pretende situarse en un ámbito más bien académico (y no sólo periodístico y pugilístico como fue en el caso de las respuestas de las dos polemistas antes mencionadas, y calumnioso en el caso de Diana Miloslavich, dirigente de “Flora Tristán”), hubiera debido, creo, avanzar argumentos más sólidos.Empiezo, pues, por unas referencias al artículo de Huamán, “Género y laicidad en el Perú”. En dicho texto M. E. Cornejo aparece tras una enumeración de mujeres que fueron censuradas y maltratadas debido a su trabajo artístico e intelectual: a Felipa Obligado le allanaron la casa, a Clorinda Matto de Turner la excomulgaron y deportaron y etcétera. Después, sin que se sepa bien porqué, se menciona a Cornejo y, por supuesto, a los dos malos de la película: Elqui Burgos y el que esto escribe. ¿De qué nos acusa la comisaria Huamán? De habernos “arrogado la autoría” de “los que califican como los mejores versos de María Emilia Cornejo”. Es decir, de algo que nunca he reivindicado yo en lo que he escrito sobre el tema y menos aún Elqui Burgos, que ha preferido sobre todo guardar silencio y confirmar sólo con una frase que lo que he dicho en uno y otro sitio, es cierto. Huamán va luego más lejos cuando escribe que M. E. Cornejo “ha sido recuperada del olvido en que había caído su obra por su temprana muerte.” ¿De qué olvido habla? Muy poco tiempo después de que Elqui y yo estructuramos los tres poemas y que luego, en agosto de 1973, publicó el siempre recordado Isaac Rupay en su efímera revista Eros, dos de ellos aparecieron (a sugerencia de Hildebrando Pérez) en el segundo tomo de la antología de poesía peruana que preparara Alberto Escobar para una colección popular de libros que se difundía por decenas de miles de ejemplares. Sólo habían transcurrido pocos meses entre una y otra publicación y María Emilia Cornejo, a quien nadie conocía hasta entonces como poeta, se volvió súbitamente famosa. Aquellos tres poemas convirtieron a la joven estudiante sanmarquina católica y atormentada por unos demonios interiores que la habían empujado al suicidio, en una poeta modélica. No mucho después, dos o tres de estos textos que la mayoría de los críticos, y no sólo yo, consideran que son los más importantes (ver, por ejemplo, en Intermezzo tropical n°4, julio 2006, la interesante encuesta “Soy la muchacha mala de la historia”) han seguido siendo incluidos en una y otra antología de la poesía peruana, por ejemplo, en las dos elaboradas por Ricardo González Vigil. Afirmar, pues, que la “obra” de M. E. Cornejo había caído en el olvido es, una vez más, completamente arbitrario y mentiroso. Esa “obra” no existía aparte de los tres poemas aquellos y unos textos más, de calidad muy inferior y temática “social” más que “erótica”, que había publicado con seudónimo en una revistilla, creo, del taller de poesía de San Marcos. Hubo que esperar el año 1989 para que apareciera En mitad del camino recorrido, libro en el que se incluyen los demás textos y apuntes de M. E. Cornejo. Sin embargo, durante esa larga década transcurrida, como digo, los tres poemas célebres nunca fueron olvidados. Es, pues, una reacción puramente colérica de Huamán, una reacción ciega y hepática, acribillarme verbalmente por haber dicho yo, según ella, que Cornejo “era sólo una chica que empezaba a escribir.” Los hechos no mienten estimada investigadora, le gusten a usted o no. Es más, ya furiosa, afirma Huamán que M. E. C. “es una poeta y lo que ella dijo, como sea que lo dijo, en los versos inconclusos que se publicaron en La mitad del camino recorrido, serán a pesar de Rosas y Elquis (sic) y a pesar de todos los que quieran silenciar a las mujeres, reales.” Ese “como sea que lo dijo”, que para la investigadora sectariamente feminista no parece tener ninguna importancia, es la clave del problema, porque es allí donde se sitúa la existencia misma de la poesía. Vuelvan a leer más arriba lo escrito sobre ello por Carmen Ollé, a quien no quiero creer que Huamán considere una irremediable machista. Lo peor, sin embargo viene después, cuando Elqui Burgos, por no sé qué razón, y yo, por haber dicho cómo se estructuraron los poemas en cuestión, somos incluidos en la lista de quienes “quieren silenciar a las mujeres”, o sea, tipos que… ¡seríamos iguales a quienes atentaron contra la libertad de expresión de Felipa Obligado y Clorinda Matto de Turner!, cuyos casos ha mencionado un poco antes. Si no fuera grave lanzar una acusación de tal calibre, me moriría de risa por lo que tiene de absurdo. Elqui y yo hicimos todo lo contrario de lo que imagina Huamán: en el anonimato total, con espíritu de confraternidad para con la compañera sanmarquina trágicamente fallecida, trabajamos al alimón para dar forma estructurada a algunos textos que ella, al suicidarse, dejó inconclusos. Luego, esos textos se publicaron, se volvieron famosos, y nosotros, transformados una vez más por Huamán en los malos de una mala película, terminamos en su discurso siendo quienes queremos silenciar a las mujeres. ¡Alucinante! Huamán deja de ser “investigadora” para pasar a ser una militante de esas que creen que, en el combate por su causa, vale todo. Ya lo decía alguien, ¿no?: el fin justifica los medios.
Finalmente, en ese mismo artículo, Huamán escribe: “la literatura femenina no se creó con María Emilia Cornejo, como pretende Rosas, sino que existe desde siempre, sólo que avanza por los silenciosos caminos de lo marginal.” Por un lado, nunca he “pretendido” semejante estupidez, no lo he escrito ni dicho en ningún sitio, y, probablemente antes de que Bethsabé Huamán llegara al mundo, yo ya conocía a Sapho y había leído a innumerables escritoras, poetas o prosistas, a muchas de las cuales sigo leyendo hasta ahora. Algunos nombres: Blanca Varela, que es de lo mejor de la poesía peruana contemporánea y a quien entrevisté en París para la radio sin poder esconderle mi admiración, Sor Juana Inés de la Cruz, Flora Tristán, Louise Michel, Elsa Morante, Emily Dickinson, Margueritte Yourcenar, Virginia Wolf, Anaís Nin, Agota Kristoff, Marguerite Duras, Susan Sontag, Nathalie Sarraute, Catherine Millet y… ¡hay tantas! Y ninguna de ellas, y muchas más que podría mencionar, “avanzan por los silenciosos caminos de lo marginal”. Incluso en el Perú, donde muchos de los mejores poetas actuales son mujeres, éstas no son particularmente marginales. No lo es mi amiga Carmen Ollé (Noches de adrenalina es un gran libro suyo), ni Rocío Silva Santisteban, ni Giovanna Pollarolo, ni Rosella di Paolo, ni mi amiga Rosina Valcárcel, ni Andrea Cabel, ni Victoria Guerrero, ni Montserrat Álvarez ni tantas otras mujeres, poetas y/o narradoras, que menciono aquí sin tomar en cuenta el hecho, en parte subjetivo, de que la obra de unas me guste más que la de otras. En todo caso no lo son más ni menos que cualquier otro peruano del Perú, y perdonen la tristeza. Aunque sí pueden serlo, en cambio, las mujeres de los sectores populares que, a menudo, son doblemente explotadas. Pasemos ahora a “Mujeres, escritura y poder. El caso de María Emilia Cornejo”, el texto de Bethsabé Huamán que se puede leer en Sol negro. No pretendo refutarlo en su integridad, aunque en verdad lo merece. No es mi labor, creo, y habrá otros más capaces que yo para enfrentar la extraña lógica que se maneja a menudo en los llamados “estudios de género”. Sin embargo, comenzar diciendo: “la literatura ha sido históricamente desarrollada por hombres” significa, por un lado, ignorar la historia universal y, por otro, ignorar la literatura de más allá de nuestras fronteras, porque en otras latitudes y desde hace siglos, ha habido mujeres escritoras. Incluso excelentes escritoras. Y pretender entonces que sólo a las mujeres les faltaría tiempo, espacio y medios económicos para desarrollar una vocación literaria o artística, es una demostración más de que Huamán ve el mundo con anteojeras y no con los anteojos de azufre de César Moro. Tiens! César Moro, por ejemplo, sobrevivió en París ejerciendo diversos oficios “humildes”, jardinero, profesor de baile, etc., y en el Perú se vio obligado a ser profesor del colegio militar. Pero eso no le importa tampoco a Huamán.Más adelante, atribuirme a mí o a cualquier otro ser medianamente inteligente e informado, la idea de que habría una “imposibilidad de la mujer para escribir” y la intención de “impedir a las mujeres el ejercicio de la palabra”, es tan descabellado como pretender que el Perú podría acoger los Juegos Olímpicos en los próximos años, lo cual se le ocurre a un presidente del Perú que es tan enemigo de la verdad como Bethsabé Huamán. Así que, mejor ni responder a eso. No tiene sentido. Por el contrario, sí merece detenerse para poner en evidencia la “mala fe” (utilizo una expresión que Huamán emplea) de su parte cuando me critica porque hago referencia al “mundo desgarrado, angustiado, autodestructivo y muy personal que se percibía en los apuntes desordenados, ‘dislocados’” de M. E. Cornejo, para luego afirmar ella misma que había en ella “algo íntimamente conflictivo, doloroso, insalvable” que “la llevó a renunciar a las palabras e instalarse en el silencio”, o sea, que la empujó al suicidio. Huamán, en este caso, dice más o menos lo mismo que yo. No obstante, si lo dice ella está bien y si lo digo yo no, porque en mi caso sería un intento machista de “victimizarla”. Nada más lejano de mi manera de ver las cosas que andar buscando víctimas por todas partes, lo cual, en cambio, me parece una manera corriente hoy en día de asumir las actitudes reivindicativas. Cornejo no fue víctima de ningún ostracismo particular, aunque vivió en un país falócrata y perteneció a un medio católico. Y yo, por mi parte, no soy víctima de nada, porque cuando escritoras como Pollarolo y Silva Santisteban me responden con palabras insultantes y Diana Miloslavich con calumnias, sé muy bien que me lo he buscado porque atacar a los mitos es como maldecir a Dios. Ya lo decía César Moro al concluir su presentación de la efímera revista que fundó en 1939 con Emilio Adolfo Westphalen: “El Uso de la Palabra escupe a la bestia fascista y a la bestia estalinista. Quiere decir que se atiene a todas las consecuencias.” Hoy, tal vez, habría que cambiar sencillamente los términos “fascista” y “estalinista” por otro. Adivinen cual.Y, justamente, al insistir Huamán en la participación de Pollarolo y Silva Santisteban en la polémica sobre la poesía de Cornejo, recurre una vez más a la mentira. Escribe que “sus poemas son según su parecer (o sea el mío) malos”, cuando lo único que he dicho es que dentro de la poesía escrita por mujeres, mucha de la mejor poesía del Perú, no es la de ellas dos la que cuenta con mi preferencia. Una cosa es el gusto y otra la calidad estética. Por ejemplo, yo le reconozco a Lezama Lima la enorme calidad literaria de su obra, pero Paradiso no me gusta. Es así. ¿O es que por obligación, para no ser “machista”, tendría que gustarme toda poesía escrita por mujeres? Por favor, Bethsabé, ¡un poco de tolerancia no hace daño! También es completamente falso que yo haya insultado en algún momento a María Emilia Cornejo, y eso lo admite incluso Rocío Silva Santisteban, quien destaca el respeto con que la trato en mi artículo de Intermezzo tropical. ¡Cómo voy a insultar a alguien, joven como yo hace más de treinta años, que me apenó profundamente con su suicidio y me estremeció al descubrir yo sus textos secretos!

Otra afirmación caprichosa de Huamán: yo habría argumentado a favor de la existencia de una literatura asexual. ¿Dónde?, ¿cuándo? ¿Y por qué lo haría si pienso todo lo contrario? Precisamente, en “Mis encuentros con César Moro”, un artículo que apareció en el n° 7 y 8 (octubre de 2003) de la revista Martín, sostengo que incluir al poeta de La tortuga ecuestre dentro de “una tendencia adicta a lo que suele llamarse la pureza”, como lo hacen Mirko Lauer y Abelardo Oquendo en Vuelta a la otra margen (Casa de la Cultura del Perú, 1970), es un error garrafal porque Moro es un poeta profundamente sexual y la pureza se caracteriza, sobre todo, por ser asexual. Éste es sólo un ejemplo, podría añadir otros y decir entonces que yo, hace poco más de cuarenta años, en la revista Estación reunida (n° 4-5, mayo-junio de1968) publiqué el poema más sexual que, hasta ese entonces, se había dado a conocer en el Perú. Se titula “Marya entre los cuartos las calles y las playas de Lima” y aborda la sensualidad del cuerpo sin medias tintas. Es mediocre y hoy no lo incluiría en un libro ni lo publicaría tal cual en una revista, pero en su momento causó revuelo, dio mucho que hablar y hasta mereció una crítica tan puritana como escandalizada de Mirko Lauer. Creo que alguien lo incluyó alguna vez en una antología de poesía erótica peruana, pero de eso prefiero no saber demasiado. Otra cosa: si Bethsabé Huamán fuera una investigadora seria, antes de aventurarse a hacer afirmaciones caprichosas sobre una supuesta defensa mía de la “literatura asexual”, debería haber leído antes mis libros (no es difícil, sólo son dos hasta ahora) y algunos de mis artículos, como ése que menciono, sobre César Moro.¿Qué más decir sobre este asunto? Pues que, finalmente, toda la argumentación de Huamán tiene un solo objetivo: presentarme como un asqueroso machista, para hacerme pagar así la osadía de haber revelado la verdad sobre el caso Cornejo. Verdad que le es insoportable. Verdad que le es inadmisible. Verdad que cree necesario negar recurriendo a cualquier argumento, incluso los más absurdos. No voy a defenderme aquí de la fácil acusación de machismo, pero quiero informarle a Bethsabé que ella no había nacido aún probablemente, cuando yo ya participaba con grupos de mujeres en la movilización en favor de reivindicaciones muy concretas (no fantasmagóricas): igualdad de derechos entre hombres y mujeres, igualdad de salarios, derecho al aborto incluso para las trabajadoras pobres y las indocumentadas, etc. Si el feminismo es eso, la defensa de los derechos no reconocidos a las mujeres, entonces estoy de acuerdo con las feministas. Pero si, en cambio, significa manipular la verdad y utilizar a personas como María Emilia Cornejo y los textos que dejó inéditos al escoger la muerte, para transformarla en abanderada de una causa que no fue la suya, entonces no estoy de acuerdo, porque el feminismo se habría convertido en ese caso en una ideología ajena a la crítica, con tendencias autoritarias y bastante intolerante. Que el Movimiento Flora Tristán edite la obra valiosa y rebelde de la autora de Peregrinaciones de una paria me parece una excelente iniciativa, pero que ese mismo movimiento, a través de una de sus dirigentes, me acuse de violador (no simbólico sino real) porque he querido establecer la verdad de un fenómeno literario me parece escandaloso. Huamán, lamentablemente, recurre al mismo tipo de argumentos y compara mis revelaciones a una violación física de Cornejo para luego, al pie de página, permitirse una acotación que, supongo, se quiere irónica: “de una violación puede salir siempre un producto, no sabían lo que vendría luego, lo que engendrarían.” Si el feminismo fuera sólo eso, sería una vergüenza. Felizmente no siempre es eso.Quiero concluir refiriéndome a un texto que descubrí mientras preparaba éste. Forma parte de “Sombras de vidrio. Antología de la poesía escrita por mujeres, 1989-2004” (Ajos y zafiros, n° 6, diciembre de 2004) y lleva la firma de Alberto Valdivia Baselli. Aunque tiene algunas inexactitudes, como decir que cuando murió en 1972 Cornejo dejó textos “desperdigados en revistas”, cuando en verdad, como ya lo recordé anteriormente, sólo había dado a conocer tres o cuatro textos en una revistilla de San Marcos, y afirmar, en completa contradicción con lo que se decía más arriba y, probablemente, siguiendo a Roland Forgues, que sólo se conocía “su poema ‘Soy la muchacha mala de la historia’ antologado por Alberto Escobar”, cuando en realidad éste incluyó dos de los tres que habíamos estructurado Elqui Burgos y yo, o sea, “Soy la muchacha…” y “Como tú lo estableciste”. Pero pasemos, lo más interesante viene luego. “Los poemas que publicó en vida anunciaban algo nuevo”, escribe Valdivia Baselli, y suscribo por completo lo que dice. Pero más tarde, en 1989, apareció En la mitad del camino recorrido y entonces, dice, “pudimos hacer un análisis más certero de su capacidad poética”, “una lectura menos apasionada que la de Martos y Forgues.” (Sus razones tendrían y algún día se sabrán, ¿no?) Y tras esta lectura, ¿qué se descubrió? Pues, “el no tener mayor trascendencia poética y estética.” Más adelante, Valdivia Baselli va aún más lejos en su apreciación negativa, pero, extrañamente, Bethsabé Huamán, que yo sepa, no le ha respondido hasta ahora con las acusaciones de asqueroso machismo con que me ataca a mí. Cito: “En 1989 se publica ‘En la mitad del camino recorrido’, libro póstumo que debería demostrar la calidad prometida por sus mayores promotores (entre ellos Marco Martos, insisto yo) y, además, sus posibilidades de validación como mater poeticae de una ‘generación’, una década entera. El libro, sin embargo, sólo demuestra el fiasco.” Y más adelante, agrega Valdivia Baselli: “los referentes manidos y, en algunos casos, demasiado obvios para innovar poéticamente se destruyen ante un ropaje de estructura confesional y contestataria.” Sólo me queda añadir que esta intención contestataria es una deducción a posteriori, ya que en vida de Cornejo sus textos sólo fueron una revuelta íntima, secreta, contra la existencia que llevaba en un medio católico que, pese a que se reivindicaba de “izquierda”, era tan o más mojigato que gran parte de la izquierda peruana de la época. Sobre esto y la interesantísima encuesta sobre María Emilia Cornejo publicada en Intermerzzo tropical n° 4, en la que varias mujeres (Montserrat Álvarez, Carmen Ollé, Rommy Sordómez y Alessandra Tenorio) entregan sus respectivos puntos de vista sobre la poesía de Cornejo, Bethsabé Huamán no ha escrito ni una palabra. Parece que para aplacar su furia de feminista sectaria le bastara con atacarme a mí y coronarme como el rey de los machistas. Yo creo, sinceramente, que el tema merece más que eso..
París, 13 de diciembre de 2008


Crédito de la fotografía de JRR: Lucila Walqui

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