lunes, 20 de mayo de 2013

ABRO LA PUERTA / ARMANDO ARTEAGA

ABRO LA PUERTA / ARMANDO ARTEAGA

 


de esta casa vacía
hay un olor a muerte
una hediondez que viene
de la pequeña piscina
plantas podridas por el agua estancada
todo guarda aquí el reposo del polvo
los setenta hebdómadas de Daniel
habitan estos muebles destartalados
los hilos de la araña tejen
sobre el tic-tac del viejo reloj de madera
la belleza hechicera de los años
es una música que mora
el recurrente paisaje de los cuadros:
trigales, perros de caza, una catarata
donde brota el agua limpia, es un contraste
el pasado del presente, la hechura de un vestido
nuevo para un visitante nuevo de esta casa
sigo el estambre, la seda de la araña
carne de mucha hebra, tabaco de hebra
fumo para pasar el tiempo deshabitado
de esta otra habitación de la casa
un piano destartalado, unos helechos secos
la naturaleza muerta del otro cuadro
es un sortilegio de colores oscuros
un pájaro ha muerto en su jaula
aún hiede el pestilente suceso del olvido
pájaro muerto olvidado electrocutado
heladizo de un tiempo ido
lo único que no ha matado el polvo
es la materia metálica del helicón
queda allí su estupendo sonido
testimonio de los vientos y el bronce:
hedor, pestilencia, tiempo muerto
es todo lo que brota
del malhechor espanto de este espacio
una casa que fue la mejor casa de este pueblo
un pueblo olvidado
lleno de estatuas viejas, derrumbadas
algo que se ha caído
con el tiempo
un hartazgo de uvas secas
un hartazgo de leer a oscuras
el hálito del céfiro oculto de las cosas viejas


miércoles, 15 de mayo de 2013

LA ÚTOPIA DEL LENGUAJE EN LA POÉTICA DE JUAN RAMÍREZ RUIZ POR ARMANDO ARTEAGA*

LA ÚTOPIA DEL LENGUAJE EN LA POÉTICA DE JUAN RAMÍREZ RUIZ POR ARMANDO ARTEAGA* 

 

Empecé a ser amigo de Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946-Trujillo, 2007) desde los primeros instantes de los recitales del Movimiento Hora Zero en la Biblioteca Nacional. Nos hicimos amigos desde siempre, y para toda la vida. A Juan Ramírez Ruiz (por designio de Elías Durand y/o José Cerna) le llamábamos juguetonamente “el adolescente tierno” de la generación del 70. Era Juan Ramírez Ruiz un alguacil lleno de albricias para la poesía, siempre dispuesto para la conversación inagotable, donde la sindéresis intelectual viajaba “Urbi. Et Orbis.” rodando en el mismo sentido de la esfera de la vida: llena de extraordinarias complicaciones. Con él, siempre había un tiempo nuestro para la disertación de cualquier tema que nos apeteciera abordar, así sea metidos en algún café nocturno de mala muerte del centro limeño, donde una cena lezamesca nos esperaba para vencer el asma de las horas -por venir-, allí una oscura pradera nos convidaba en sus manteles el pobrete vino de la literatura y de la poesía, mientras como alquimistas –plúmeos- buscábamos el ámbar del poema perfecto: vagabundos al alba.

Lo veo todavía a Juan Ramírez Ruiz, siempre amplio, listo para la tertulia literaria, con sed infinita de espacio, buscando el debate profundo de las cosas. Desbordando esa fuerza de nuestros -impetuosos, jóvenes y rebeldes- años de los inicios literarios, donde toda hazaña, en honor a la poesía, era una fiesta. Diletante, irreductible, sereno, y paciente, inventor de un lenguaje muy especial y articulado, listo para derrumbar cualquier detalle superficial de la razón humana (que todo lo uniformiza), impecable espartano para la utopía del lenguaje, guerrero contra las inconveniencias sociales al descubrir algún detalle inconcluso que negara el brillo de la inteligencia, y que en cualquier caso, nos volviera contra la estupidez humana, para enfrentarla siempre: frente a frente, porque estábamos en contra del establishment.

Juan Ramírez Ruiz anhelaba ser un poeta “casi” perfecto, tal como él se imaginaba debería ser “el gran poeta perfecto”, para escribir el gran libro de la poesía latinoamericana. Era, también, el intelectual, que estaba por encima de las pocas mezquindades triviales que muchas veces nos trae la vida, y sabía de tempestades como Holderlin, cuando citaba esta parte del Hiperión: “Te diríamos que estamos aquí para desembarazar la tierra de todo lo que le estorba, que quitamos las piedras de los campos, deshacemos los duros terrones con la azada, labramos el suelo con el arado y arrancamos las malas hierbas, las cortamos de raíz, las arrancamos de raíces para secarlas al sol”. Poeta, de una resistencia norteña muy especial, quiso siempre ser coherente con la lógica de su propia obra poética, que desde ya, puede uno empezar a entender cómo es qué, Juan Ramírez Ruiz, inició este aporte de “lo sistémico” para el manejo de esta utopía del lenguaje que motivó toda la arquitectura de su escritura, y de las diversas inferencias que desarrolló en el lenguaje poético que utilizó, para la construcción y la creación de sus propios poemas. Volviendo a Holderlin sabía que: “los signos son desde las edades lejanas el lenguaje de los dioses”.

La poesía de Juan Ramírez Ruiz ocupa tres etapas, donde la utopía (esa república imaginaria, plan, proyecto, doctrina o sistema) del lenguaje (ese método exclusivamente humano, y no instintivo, de comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada) es la preocupación esencial, donde la poesía aparece como un cuerpo robusto en el “texto” absoluto de manera integral.
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En la primera etapa, de su libro “Un par de vueltas por la realidad” empieza la apertura de las primeras ideas sobre “El poema integral” y el planteamiento de las ideas marxistas que defendió, y que tanto entusiasmaron su primer accionar como poeta integrante del Movimiento Hora Zero. Fiel al manifiesto: “Palabras Urgentes”, cuestionador sincero del controvertido panorama de la poesía peruana del siglo XX. En “Un par de vueltas por la realidad” está lo explosivo del verismo de su lenguaje que capta de la realidad social: el poema, el cuadro, o la partitura, de lo áspero de la vida. Su lenguaje es confrontacional: “nosotros creemos que el arte, la poesía, abre ríos, levanta montañas, transforma a los individuos y es la potencia luminosa, el indestructible vigor, la vitalidad más alta”. Tal era el sentimiento de absolutismo que tenía nuestro poeta por la poesía. En “El jubilo” de su postura poética, celebra y marca la expresión más sincera de su lenguaje poético. Los “signos de rotación” van definiendo con mayor claridad los escenarios sociales y los tiempos vividos por los personajes caracterizados que el poeta describe o exalta. En el poema “¿Quien vive?” se expresa con eficacia lo histórico y lo filosófico que significa el sentido de habitabilidad y de pertenencia hacia el lado cultural inexplorado del país. Lo abrupto de la realidad está descrito en cada uno de los poemas con un enorme conocimiento de la realidad objetada, y con una aproximación realista. El realismo poético es el arma para escrudiñar sobre ciudades, personajes, situaciones incongruentes, y hasta desastres naturales y nacionales. Tiene un contenido de provocación para lograr llamar la atención sobre lo grotesco que suelen ser ciertos acontecimientos de la vida. Juan Ramírez Ruiz sabía que se podía poetizar “todo” de la vida y de la realidad. La teoría de “la poesía integral”, no era más que “hipótesis” para su trabajo: “La vastedad y complejidad de la experiencia humana de este tiempo es tal que no puede ser registrada cabalmente por una poesía estrictamente lírica. Sólo la poesía que integre y totalice, que pueda incorporar y ofrecer un válido registro de la experiencia de este tiempo”.


En la segunda etapa, de su libro “Vida perpetua”, en “Post festum”: viene la tentación de la experimentación del lenguaje, es la preocupación algebraica y geométrica de la “mise in page” de cada poema. Es el desarrollo del lenguaje como un sistema funcional plenamente formado dentro de la constitución psíquica o “espiritual” del hombre, para ir hacia la poesía total e integral. El lenguaje poético de “Vida perpetua” tiene su propio escenario: el hombre de la calle está siempre presente, una enorme amplitud de voces invaden en anónimas aproximaciones el contenido y la trayectoria de cada parte del libro. El idioma de la irrupción poética es el patrimonio social que en un conjunto de palabras reunidas le van dando sentido al significado y al significante de cada “texto”, configurando una interdependencia: idea, imagen, signo, ruido acústico. La escritura en “Vida perpetua” es el aporte más importante del poeta, pero gana siempre también el sentido del hablar. El lenguaje funciona como institución y es un instrumento para la comunicación. El poeta hace hablar en un tipo de personaje-hombre lo que él quiere expresar para trascender. El sentido de la palabra es lo que más importa. El aporte de Saussurre en la poesía de Juan Ramírez Ruiz es porque se acepta que “el lenguaje tiene un lado individual y un lado social, y no se puede concebir el uno sin el otro”. La poesía al abordar también el lenguaje desarrolla lo poético como un sistema establecido y le otorga el sentido de la evaluación de lo social en cada acto. La poesía como lenguaje para comunicar se transforma en una convención y la naturaleza del signo ayuda a la conformación de los significados, lo articulado del lenguaje confirma siempre el destello de la idea. El lenguaje, o la escritura, en la poesía como uno de los códigos que Juan Ramírez Ruiz utiliza para expresar las propias convenciones de sus ideas, a nivel de la comunicación es total y en varios niveles.

En una carta que Juan Ramírez Ruiz le escribiera al poeta mexicano Octavio Paz, que se publicó en la revista Plural (Septiembre, 1975) está descifrada la clave de su experimentación referida a las múltiples formas de su lenguaje poético, cuando abandona conceptualmente las limitaciones de los inicios “marxistas”, para emprender una aventura teórica con aceptada presencia de una reconocida influencia del estructuralismo, de la lingüística de Ferdinand de Saussurre y de la semiótica: como herramientas, y de sus gratas conversaciones con el poeta y lingüista José Cerna, y con el noctámbulo Guillermo Mercado Jr (hijo del legendario poeta del indigenismo poético arequipeño, hombre culto y gran conocedor del estructuralismo francés y El circulo de Praga). Si a veces la poesía de Juan Ramírez Ruiz cae en excesos de la retórica estructuralista para desarrollar una escritura difícil trasfiriéndole al poema su propia expresión semiótica, es porque la comunicación es la preocupación más intensa, el intento por leer y comprender con mayor amplitud y dar a entender con mayor complejidad a los demás su verdadero punto de vista. Aquí, Juan Ramírez Ruiz se abra con mayor énfasis con una fuerza centrifuga hacia la cultura de occidente, veamos la inquietud que Juan Ramírez Ruiz le trasmite a Octavio Paz donde utiliza el concepto de “probabilidad” matemática usando en la matriz de una unidad lingüística:

“Seré breve. Diré de inmediato lo que me motiva en mí este acto desacostumbrado. Bien, el asunto es éste.: Una pequeña revista de mi país publicó el texto** que estoy enviando; el silencio, el vacío en torno a él me desafía, pero me niego a lo que me sugiere, docilidad, acatamiento. Esto me empuja a escribirle estas líneas y a enviarle mi texto.

El presente trabajo es una tentativa ubicada dentro de los esfuerzos de sacar el poema de su contexto habitual, de crear para él un espacio que sin dejar de ser autónomo se haga colectivo en la pluralidad de sus significaciones. Y en la posibilidad de sus múltiples lecturas.

El texto me sugiere la idea de instaurar estructuras flexibles, “textos infinitos”, abierto en todas direcciones que liquiden la convicción del inicio y el final del poema. A la vez, diría, que de esta manera se afirma el principio de libertad. Es mas, de una libertad que se comparte al ofrecer el texto para la producción de cualquier nuevo texto. Por este camino, el poema se instituiría partitura, y la lectura un acto creador objetivo “físico”.

Creo que el nuevo texto producido (a partir del texto matriz) toma sus distancias con lo meramente mecánico, puesto que el acto mental de producirlo con lleva un ejercicio de voluntad responsable; la mayor manifestación de lo lúdico. Me parece, también, que la “lectura” propuesta por el texto matriz, ofrece una gama mayor de posibilidades de una aventura creativa si es comparada con aquella que propone un texto habitual.

Agregaría para pecar de entusiasmo, señalando objetivos máximos por esta vía que este proyecto apunta hacia la desaparición del lector en sus connotaciones actuales, hacia la desaparición de la actividad no creadora. Y se une el intento de destrucción del mito de la inmovilidad de la escritura.

Digo lo anterior porque creo que también en la página, el mundo ensaya sus proyectos. Y porque la pagina es la zona donde una persona ha de entregar anticipos de libertad tal como usted lo ha planteado en uno de sus textos.Bueno, esto seguro que para usted soy un desconocido. Mis datos son estos: tengo 28 años y un libro de poemas “Un par de vueltas por la realidad” (1972). Y una negra cabeza donde las ideas más obsesivas son las de ser libre, y la de vivir inmerso en el trabajo de crear belleza con las palabras”.
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En la tercera etapa, buscando otras gramáticas, prosperó la poesía de Juan Ramírez Ruiz en su proyecto último que publicó en su libro “Las armas molidas”. Es una fuerza centrípeta que va hacia el rescate del sistema de la escritura en la cultura del mundo andino y de lo amazónico, difiriendo de la política idiomática asimilacionista de la republica de las letras peruanas. Juan Ramírez Ruiz renuncia, por esta vez, a esa fuerza centrifuga de encuentro con lo occidental que desarrolló en “Vida perpetua” para ir a la otra fuerza centrípeta de ese otro encuentro -más natural y con perfecto dominio de su poética- con lo andino y con lo amazónico, buscando el verdadero rostro del país, plurilingüe y multiétnico. Aquí, la poesía de Juan Ramírez Ruiz, el poema integral, le abre las puertas a otras disciplinas como la antropología, la filología, la gramática normativa, y sobre todo la lingüística y la semiótica, queda aún la quimera de decir con Whitney de que “la lengua es lo que hace la unidad del lenguaje”, mejor: la ciudad del lenguaje donde habita el poeta. La propuesta experimental de Juan Ramírez va más allá de la aventura de la escritura y la “rotación de los signos”, en el suceso puro de la exigencia de una poesía para la comunicación total y de reencuentro con el pasado histórico con nuestro ancestral sistema de escrituras diversas de nuestros pueblos antiguos. Sus textos vuelven sobre la experiencia de lo semiótico. Si en cada época, en cada sociedad, la obra escrita busca trascender el significado univoco, el empleo de otros vocablos como elementos no literarios, el uso del “collage” y los atributos del movimiento letrista, signos, logogramas , símbolos de los diversos sistemas escriturales desarrollados por el hombre en cuyo proceso de hominizacion se encuentra con el lenguaje de una nueva poesía, ayudar a descifrar lo que el poeta quiere significar y lo que en el campo especifico de la vida misma espera comunicar. Ya lo dijo Roland Barthes: “el símbolo no es la imagen, sino la pluralidad misma de los sentidos”. La disposición de la palabra adquiere en la poesía de Juan Ramírez Ruiz un sustrato barroco y concreto, el valor semántico de cada uno de estos textos, implica leerlos con cuidado, indagar en el significante y el significado de cada uno de ellos, de allí se obtienen enormes posibilidades, probabilidades y nuevas posturas, tomando otras dimensiones de la realidad, captar el objeto que quiere significar en esta escritura y el objeto que significa en la lectura directa de lo real. El lenguaje es una forma más desarrollada, sutil, y complicada del simbolismo. Mito, magia, poesía, religión, razón, lenguaje lógico e ilógico, están íntimamente analogados en los hilos de la red cultural andina y amazónica. La palabra es creadora del mundo o creadora de mundos. Ya lo dijo Mallarme: “La poesía no se hace con ideas, se hace con palabras”. En esta poesía de “Las armas molidas”, la escritura obtiene prestigio sobre la oralidad del texto. Los antiguos peruanos escribían sus poemas y desarrollaron sus sistemas de escrituras sobre pallares, o en cerámicas, o en frisos y muros de sus edificios, o en tejidos, que son los manuscritos vivientes y vigentes de nuestra cultura andina y amazónica. Juan Ramírez Ruiz ha logrado codificar algunos casos y hacernos un espacio de atención, y reflexionar sobre este hecho poético. Esta escritura salpicada de paisajes de nuestra historia antigua y actual, siempre azarosa y dramática, le otorga a la poesía de Juan Ramírez Ruiz una reflexión tremenda sobre nuestra cultura y su futuro. Thomas Mann ha dicho: “El lenguaje es la critica de la vida: nombra, distingue, caracteriza, y juzga, por la virtud que tiene de dar a la vida nombre a todo lo que toca”. El lenguaje, el arte, la poesía, pueden ser superiores a la vida misma. El poeta restablece en cada parte de la vida la fuerza vital de su palabra, y vuelve a convertirla en creativa del mundo. Para lograr esta hazaña de la libertad del lenguaje, el poeta desactiva también: el inicio y el final del poema, solo existe el texto, desactiva las armas de la lógica del lenguaje para dejarlas al libre albedrío de los significados y los significantes, y pone en el lugar de la muerte: las “armas molidas” del lenguaje, echas polvo. Restableciendo la verdadera significación y valoración ética y estética de las cosas. Las “armas molidas” del lenguaje arcaico de la vieja poesía están muertas, bien muertas. La oportunidad de renovación intuitiva en la poesía de Juan Ramírez Ruiz ha sido posible y actual, por el valor artístico, y semántico, que le ha otorgado a cada uno de los textos para articularlos en un solo discurso cultural, en lo lingüístico y en lo visual, al desarrollar las formas esenciales que han motivado estos estímulos poéticos, que configuran también un ciclo lingüístico, que se ha cerrado y que ha abierto otro, la poesía como manifestación espontánea, y verdadera, que le da sentido a su propia propuesta: una poesía siempre será integral, y realizable por todos, hasta por los lectores.

La poesía de Juan Ramírez Ruiz viene de la herencia del vanguardismo peruano norteño, creación literaria y militancia política, animaron su peculio. Viene algo del “Trilce” de César Vallejo, de la línea férrea chiclayana de ancestros como Juan José Lora y Lora, y Nicanor de la Fuente, de esa polivalencia contestataria y abierta hacia las innovaciones experimentales del lenguaje.

Por último, diré algo más salido de la vigilia y del vinagre elemental, y tal vez del “vano oficio”, a propósito de muchas cojudeces que se han dicho como corolario final después del trágico accidente que ocasionó la muerte de Juan Ramírez Ruiz. Creo que, a los otros poetas de Hora Zero les faltó consecuencia política para con sus propuestas poéticas y políticas. Creo que Juan Ramírez Ruiz fue el único que sobrevivió a tal vergüenza de este inútil juicio final propiciado por ellos mismos para con los otros viejos poetas que cuestionaron. Del balance provisorio, de ese parricidio, creo que Juan Ramírez Ruiz sale ileso, por su propuesta y aventura personal, tanto para con la poesía como para con los manifiestos, que adjetivaron en el accionar de las opciones -políticas y poéticas- que predicaron. Y, con su conducta ciudadana, Juan Ramírez Ruiz, fue el único consecuente con los manifiestos y la poesía integral, mirar y leer sus libros. No fue ni becario, ni burócrata, ni ayayero de políticos tradicionales, ni saltimbanqui de burgueses, ni merodeo en los cócteles de las embajadas. Sobrevivió con su discreto trabajo periodístico de corrector de pruebas lapidado con el avance de lo informático en esa profesión, suceso que lo empobreció más por falta de trabajo. Sobrevivió: solo, resistió y murió, por la poesía, a su manera. Poeta muerto, al fin, algunos perversamente han querido transformar al rebelde con causa en un rebelde sin causa, y eso es algo inaceptable.

* Publicado en la revista Sol & Niebla, número 4, Junio 2008, que dirige el poeta Juan Carlos Lázaro.

** El texto al que se refiere JRR es una parte del poema Dodecaedro del libro “Vida perpetua”.

viernes, 10 de mayo de 2013

El estupor del ángel esquizofrénico Chirinos Cúneo (1941-1999), poeta/ Por Carlos Torres Rotondo



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El estupor del ángel esquizofrénico

Chirinos Cúneo (1941-1999), poeta

Por Carlos Torres Rotondo


«Era una voz de uranio, una ronca voz como de asfalto, como de rosas aplastadas por las bocas mugrientas»
Ángel Guillermo Chirinos Cúneo (1941-1999) no eligió ser un extranjero en la tradición poética peruana. Su severa esquizofrenia lo condenó a ser un caso, un otro, pero a la vez le otorgó visiones alucinadas que plasmó mediante violentas escenas cromáticas y expresionistas:
«Oh, cerebro nervio, espectro y aterrante,/ vomitas rojos rudos y azules luciferes!» Casi no hubo testigos de su existencia furtiva. Aparece fugazmente en escena como estudiante de literatura en San Marcos y colaborador de Piélago –revista de poesía aparecida en la primera mitad de los sesenta–, hasta que en 1967 uno de sus inevitables brotes sicóticos lo obliga a internarse en una clínica siquiátrica. Antes de su salida, Aída Cúneo Navach, su madre, totalmente ajena a los círculos poéticos y editoriales de Lima, contrata a una imprenta chalaca y le publica una plaqueta, Idiota del Apocalipsis, consistente en siete poemas breves en verso y un largo y brillante texto en prosa, de nombre homónimo. Este delgado cuaderno pasó absolutamente inadvertido. Al poco tiempo Guillermo sale de la clínica; su estancia marcará un antes y un después. De ahí en adelante pasaría el resto de su vida entre el voluntario enclaustramiento en la casa materna y largos internamientos, llenando su interminable tiempo libre con largas caminatas a la deriva, siempre vestido con un impecable terno blanco. Jamás concluiría sus estudios ni tendría ningún trabajo asalariado:
«Yo aún no he ejercido nada. Carezco de todo hecho fecundo. Soy pobre, paria, inútil, como dice mi madre, y un vagabundo inservible, como dice la humanidad entera». Según Armando Arteaga en su artículo «La primavera excerta de Chirinos Cúneo», aparte de la plaqueta Idiota del Apocalipsis y la reimpresión de la prosa homónima en Hueso húmero 15/16, se han publicado –o vuelto a publicar, no lo podemos asegurar– poemas de Chirinos Cúneo en las revistas Piélago, Alpha y Auki, así como en Imagen de la literatura peruana actual, de Julio Ortega. Asimismo detalla la serie de libros –todos inéditos hasta el día de hoy– que fue escribiendo, la mayoría de ellos en su lugar de internamiento habitual, la Clínica San Isidro: Infiernos y cielos (1962), Rojos y nocturnos (1964), Celestes y oscuros (1966), Eneas XX (1985) y Guerrero del arco iris (1990). Durante los años ochenta finalizó un conjunto más, El crepúsculo de los ídolos. Solo en 2006 salió a la luz la segunda edición de la plaqueta, que fue incluida en el volumen Los otros, editado por Rubén Quiroz, Gonzalo Portals y Carlos Carnero. Un año después algunos inéditos fueron publicados en la revista Intermezzo Tropical bajo el nombre de «Cuaderno de California». Sobre la suerte de otros textos, sabemos en sus últimos años se hizo amigo de jóvenes poetas que iban a buscarlo fascinados por las fotocopias de Idiota del Apocalipsis que por entonces circulaban en círculos muy restringidos. A estos muchachos, Chirinos Cúneo les regalaba los originales de sus poemas, a veces en sacos llenos de ellos. Aquel nuevo estatus de autor de culto lo volvió asiduo a los bares de Quilca donde, gracias a su coctel diario de antisicóticos mezclados con alcohol, solía perder el sentido de la realidad. Entonces salía a deambular hasta el amanecer por las calles del Centro, para luego regresar a La Punta con el terno blanco hecho un despojo.
«Sobre un ártico cruel y una roja espuma de cerveza, entre caras de humo y orangutanes de jade, una necia voz con palidez de ahogado cuya cabellera de violín y arco trasciende a judías con gafas, ronronea».
Sábado 31 de setiembre de 1999. Almuerzo familiar en el departamento de Aída Cúneo Navach. Luego de comer el poeta se encierra en una de las habitaciones del departamento para hacer una siesta. Horas después le tocan a la puerta. Nadie responde. A medianoche el portero entra por la cornisa. Guillermo Chirinos Cúneo se encuentra tendido en la cama. Sus ojos muertos apuntan al techo. No ha sentido su último paso al más allá: sostiene un cigarrillo consumido en la mano derecha.
«Yo me voy. Adiós. Mi profesión y mi tarjeta: diablo de cartón de viajes y países de sueño (…) El idiota del apocalipsis se retira, señores. ¡Vamos! Estad listos para un nuevo dios».

Carlos Torres Rotondo (Lima, 1973) es investigador, periodista cultural, narrador. Ha escrito la novela Nuestros años salvajes y los ensayos Demoler. Un viaje personal por la primera escena del rock en el Perú (1957-1975); Poesía en rock , una historia oral. Perú 1966-1991 (con José Carlos Yrigoyen); y el reciente Se acabó el show. 1985, el estallido del rock subterráneo.

«De Idiota del Apocalipsis (1967)»

Poema rojo en la ciudad
En faro y mar y viento inacabables.
Mujer de sal y paja y viento cálido
De poseer tu trompa alada en el instante.
Ah, sería alto una sed… de apache insomne!

Mujer de arroz y paja y musgo suave,
en coral de luna ortiva y nebulosa,
en crepúsculo azul y pálido,
mujer de anís olor de alondra…
Ah, sería alto morder tu rosa esfera!

Sed de arrancar la hierba boca entre tus piernas,
de poseer tu cuerpo en yeso y en pescado.
Oh piel roja en arcos tibios y en campanas!
Ah, sería alto un cáliz golfo entre las rosas!

Mujer de hastío y paja y cal y escama.
Ebria y sed terrena de candidez y virgen.
Pescadora de remos blancos en un bote violento.
Ah, sería alto morder el mundo en tu mundo!


Cenicienta
Derrumbada caíste hacia la tierra,
derrumbada y sucia por mis brazos,
derrumbada caíste hacia el planeta,
caíste derrumbada.

Tú fuiste la sirvienta de mi casa.
Tenías un cuarto de terrazas y escaleras.
Y tus pechos derrumbados por mis ojos,
cayeron a mis ojos, derramados:
Una cascada desflorada: Ano y sangre, Cenicienta.

Mis colmillos de perro echando baba,
mis globos de rey marciano en su castillo,
mis pelos de lobno helado en brujos cráteres lunáticos, derrumbaban,
calor de espuma, vapores,
derrumbaban,
sobre la ola de tu vientre blanco,
estallando en bocas de geranio,
derrumbado,
bordoneado de espumas negras y de vahos.

Tú fuiste la sirvienta de mi casa.
Poma, fámula, apio, ámbar, nalgas de ceniza.
Tenías un cuarto de escaleras y novelas deshojadas.
Y una cocina rosada olía a ajos y a madera.

Fue en la noche
Y mi trompa de escarlata alucinada
vibraba semen a los bufones y a la luna.
Derrumbada caíste, Cenicienta, y las novelas…
Y mi semen polen a tus vellos y a tu panza en rosas.

Derrumbada sirvienta de escaleras,
fuiste sexo entre planetas,
carne en flor abierta, arrabalera,
madre derrumbada.