jueves, 23 de diciembre de 2010

CRÓNICA DE UNA MUCHACHA PERUANA / ARMANDO ARTEAGA


CRÓNICA DE UNA MUCHACHA PERUANA  /   Armando Arteaga


                        a J.R.C., de quien sin su poema
                        no hubiese podido escribir este poema



Cuando la amé
o sea cuando me enamoré,
cuando la conocí
-en un suburbio del Cercado-
era una gata entre la verja
de una casona antigua
como las de Victor Horta,


Y era cosa de todos los días
encontrarla a eso de las 9 de la noche
deambulando
en las inmediaciones de la Pza. Sn. Francisco
entre turistas que buscaban droga,
ardiente,
huesuda,
moribunda,
como un afiche de vanguard
impuesta al lado de la caseta azul
de un teléfono público, se divertía
ese era su espectáculo

Quién no sabía que era pampa y le gustaban los boleros


Y le andaba quitando encanto a la paloma
de ese cuerpo de cometa que volaba de hotel en hotel,
de cliente en cliente
matando sus chinches,
llorando sus miserias,
hasta quedarse desnuda, melancólica, hambrienta
en pleno gesto, en plena calle,
a la deriva de aquella canción de rebeldía,


Y ahora sé que su amor
era como un diente picado o como la pasteurina
siempre en el swing del juego torpe de la esquina
graznando,
picoteada por los mocosos que se atrevían a veces
al erotismo más triste de los naufragios amorosos,


la puta y el violin,
así era su vida:
el arte de la poesía,
o el precio de la mercancía,
y hasta un poco de oficio de escritora,


las otras hembras de la esquina, celosas de su encanto
la detestaban por ser más perra entre las perras
y para las otras perras, las ofendidas
las que estaban en la esquina
porque era lo único que podían hacer por dignidad,
por no cagarse de hambre,
pensaban que como la vida de ellas, era triste su vida
de perruna: o de peruana metida a mariposa, o lechuza,


no obstante que el poeta la amaba,
ellas se preguntaban:
porqué era así tan sagitaria
aguja perdida entre la paja,
nuez vacía
porqué tan cruel?...


Cuando la amé
yo escribía poemas al trigo, y nos fuimos a vivir a mi hueco
de ratón,
y éramos libres cada cual,
yo trataba de encontrar un trabajo
para que ella no vuelva más a la esquina,
salía a mendigar por la ciudad
mientras ella se pasaba horas de horas
acostada en la cama
leyendo novelas de Corin Tellado,


Soñaba, eso era.

Por las noches
íbamos a bares a beber cerveza
donde nos encontrábamos
con algunos poetas de la joven poesía,


De cuando en cuando,
una araña atravesaba nuestros sentimientos
o estábamos borrachos y nos detestábamos
nos hacíamos daño y hubo un día
la arrastré a la fuerza hasta el Puente de Balta
sobre el Rímac,
la amenacé con suicidio,
y aunque era doloroso para mi todo esto,
yo era feliz así porque la amaba,
y ella en cambio con un alfiler me hincaba los brazos,
diciéndome:


este hincón es por la indiferencia que bulle en el mundo,
este otro hincón es por la causa de los trabajadores
y este tajo en la cara
es porque te amo,


yo orgulloso de su angustia, espia de su mentira
sabía que estaba medio loca


y también loca de amor,

y en esos tiempos quería (ese era su sueño)


ese era su júbilo,
treparse al reloj de La Catedral
y realizar ese hábito murciélago
que la persiguió desde niña,


Un padre alcohólico tal vez,

Yo sonreía de sus ocurrencias,
y alambraba mi soledad con su banquete
de espora,
con su cuerpo de agua
con sus nalgas de alondra y miel,
y lo nuestro fué o ha sido
o es,
una forma de ausencia
de tragedia sin sentido,

Fué terrible la historia de este amor
que duró 4 estaciones,


Yo me había hecho ilusiones,
rabiosamente
iba por las calles, mercados
vendiendo imperdibles, hojas de afeitar, alicates, desarmadores
todo esto lo hacía lo vuelvo a repetir, para sacarla del burdel
de la estupidez, para no volverla a ver en esa esquina,
por mi política de principios -como decía Lenin-,


Por eso yo empecé a morir en los portales cuando se fué.
La toco a veces. La siento aún.
La miro desde lejos,
Entre sonidos extraños
Entre imágenes que insinúan algo obsceno de este amor
Entre empleos muy bajos. Entre sueños frustrados,
Ahora que ella va o vuelve a ir
de mano en mano, entre otra gente
y está en mí, sola y para siempre
y yo sin poderla encontrar como antes,
en esa esquina, en esa angustia, sin habernos podido olvidar,


Qué tal desgracia de bolero esto que escribo,
Qué tal muchacha debo escribir y me tocó amar,
Qué tal pais que tengo en donde escribo,


Hay que amar sin sufrir tal vez de nuevo,
Hay que recobrar ese amor tal vez en otra muchacha,
Como hasta hoy,


En los cuervos que traen los boleros,
los boleros se escriben por amor,
ven cuervo, vámonos por allí
que tu cuerva ya se fué.

De "Un amor en que aún".

martes, 7 de diciembre de 2010

APUNTE EN UNA SERVILLETA / ARMANDO ARTEAGA

APUNTE EN UNA SERVILLETA

Por Armando Arteaga


Imagen: Armand.

Desde la puerta del Café Goyescas, K. mira la Pza. Sn. Martín. El dinosaurio se va metiendo entre la multitud que transita el cuadrilátero. (Frente al cine Colón: un grupo de policías USE. hacen guardia). “K. con las manos en los bolsillos decide perderse en un mundo canódromo, avanza, cabizbajo, solo. Entre seres constantes y grotescos: jirafas, camellos, elefantes, ciervos, perros, leones y tigres, va lobo estepario. Los otros van, vienen, se apuran, forman colas, esperan trepan los colectivos a Miraflores, etc.”. La tarde de K. es gris: arboles, relojes Edox, automóviles, un bostezo, gato. Y llueve.

En realidad, la realidad es otra. K. puede recorrer la ciudad con el ojo como si fuese una cámara de cine. (Mira a dos lustrabotas, lo persiguen, le ofrecen dejarle los zapatos al espejo, señor, ante su negativa, ahora enrumban tras un empleado público que lleva las solapas del saco llenas de caspa). Este mediocre destino del destierro es fatal.

En fin, para no aburrirse, puede entrar al cine Mt., dan Pierrot Le Fou de Godard, o sentarse en el sótano del Club de Teatro: Las sillas de Ionesco. K. puede comprar en el callejón de la librería Época el ultimo best-seller: La Frontera de Regis Debray, o en una discoteca varias tiendas más allá: un L.P. de Leonardo Favio o de Piero para su colección melómana, o simplemente encontrarse con Z. en otro Café de Camaná, y echarse al hueveo de conversar.

Tal como vemos, Kilowatt es un perjuicio burgués, capaz de matar una mañana entera sentado frente a una taza de café, es decir, pudrirse un poco,  nuevamente,  en una mesa del Goyescas dialogando con unos amigos raros y locos sobre la estructura de un poema de Borges –que es un trome-, fumándose una cajetilla de L.M. (Pensando que la vida se muere, arañas, se muere, pata, y no vuelve jamás, coja, manca, ciega, pues nadie se baña dos veces en un mismo rio). Y me rio del río, un caso inútil de poesía. Prosas como estas prometo no volver a escribirlas.

Lima, Abril, 1968.


jueves, 21 de octubre de 2010

MUTATIS MUTANDIS/ ARMANDO ARTEAGA

Los amantes de Montparnasse

MUTATIS MUTANDIS / Armando Arteaga


La bacía esta vacía
no hay jabón para remojar las barbas.
Que dance el tiempo su danse
aunque se arruine la vida
Dibujando la hipérbola con su hipérbole
Donde hinca el inca su barreta de oro.
Es un nabal, esta tierra baldía sembrada de nabos.
Es un impulso naval, este lago de oscuras navegaciones.

Soy níveo de otro país.
Soy novio sin novia.


Ser infiel no es un pecado,
mi querido Nicolás.
El pecado no existe,
los infieles tampoco.

Los amantes de Teruel.

jueves, 26 de agosto de 2010

LOS FUEGOS Q´EN MÍ ENCENDIERON/ ARMANDO ARTEAGA

LOS FUEGOS Q´EN MÍ ENCENDIERON/ ARMANDO ARTEAGA



Los fuegos
o las cenizas:

Obras
fueron
amores

dolores
o desamores

en mí encendieron
pasiones & com/pasiones 

o en mi excedieron
naciones

temporales
experiencias

mis lejanas
pretensiones

intensiones puras
las razones:

a manera de locura
mis sueños o desvaríos

o eran duros extramuros
los vinos a borbotones

dolidos
en tantas muertes

y olvido
de lo acordado:

esa uva de Torrantés
ni la beses
ni la des

por el camino
vivido

terminamos el poema
cuando morimos.

Nunca fuimos eternales.

La gloria es para después
o para nunca jamás:

Obras
fueron
amores.


viernes, 23 de julio de 2010

AURELIO ARNAO Y EL CUENTO MODERNISTA / ARMANDO ARTEAGA

Imagen: Armand.

AURELIO ARNAO Y EL CUENTO MODERNISTA

Por Armando Arteaga
El modernismo fue entre nosotros un movimiento de mucha personalidad literaria, no sólo por aquella fuerza audaz y cosmopolita que se desarrolló en la poesía peruana y latinoamericana bajo el brío de Rubén Darío y con cierto aire de afrancesamiento literario y mundano, a la sombra tutelar de Víctor Hugo, Verlaine, Rimbaud y Mallarme. Importa muy poco este desliz anecdótico. La energía rubeniana le permitió a la poesía latinoamericana una aceleración y un avance en su prestigio y calidad literaria. Se lapidaron los provincialismos surgidos de nuestra excentricidad americanista "entre comillas" (que en algún momento atesoró Chocano, por ejemplo).Es cierto, Chocano fue un escritor precoz, y sin quererlo, empujo a madurar está etapa inicial de nuestro modernismo peruano desde la revista La neblina que editó, adscrito al naturalismo más nativo y precario. La poesía tardó en desarrollar la nueva estética al cambio por pruritos y perjuicios que no vienen al caso tener en cuenta para este análisis. Siempre tardamos en llegar a las edades, y la excepción no fue tampoco en poesía contemporánea al comenzar 1900. Pero, en la narrativa, los primeros modernistas caminaron con los avances del siglo. Estuvieron al nuevo tiempo de los cambios y la modernidad exigida. Fue todo un acierto muchas veces la incógnita de la permanente presencia existencial de estos jóvenes escritores que se esforzaron por darle un nuevo perfil a la crisis y a la crítica expresada por el maestro González Prada, y al ingreso del nuevo influjo de Chocano con el modernismo literario. La narrativa no tuvo un solo líder estrella, tuvo muchos militantes sinceros y de gran nivel. Nos vamos a ocupar ahora de este episodio del desarrollo del cuento modernista que tuvo grandes forjadores en el escenario latinoamericano: el mismo Rubén Darío ( "El Rey burgués"), Amado Nervo ("Almas que pasan",1906), Manuel Díaz Rodríguez("Cuentos de color", 1899), Vargas Vila("Flor de fango") , Gómez Carrillo("Flores de penitencia"), Blanco Fombona, no escapando de esta esquematización forzada tampoco de la narrativa de Esteban Echevarria(1805-1851) con su cuento "El Matadero" y de Horacio Quiroga (1878-1937) con su cuentos de selva y costumbrismo como "El yaciyateré", o tal vez Ricardo Guiraldes por sus "Cuentos de muerte y de sangre" que son los que más se le parecen a los de Arnao, todos grandes precursores de este genero narrativo. Se ha esquematizado sobre "la imposición del significado sobre el significante" en el estereotipo del cuento modernista, pero esta es una atribución bastante simplista, con la que no estamos de acuerdo. Es cierto que el lenguaje prevalece sobre el contenido y la técnica cuentística, pera se comunica ya en el significante del cuento modernista el esfuerzo por definir una estructura y una visión particular y poética en el acto expresado de contar las cosas. La intensidad del narrador modernista es muy significativa a los canones establecidos por los principios estéticos de esta escuela, pero fueron evolucionado hacia el costumbrismo y hasta cierto realismo social. No hay una determinada concepción "dura" y extrema para la ficción modernista. Aurelio Arnao (Huaraz-Ancash, 1872-Lima, 1940) es a no dudarlo uno de los mejores exponentes del cuento modernista, aunque su obra "Cuentos peruanos" comparte también otros estamentos del desarrollo del cuento con el realismo, el naturalismo, el costumbrismo, el indigenismo y hasta cierto pintoresquismo localista. Aparte de Arnao, son exponentes del canon narrativo modernista peruano: Jorge Polar, Renato Morales, Jorge Miota, Clemente Palma, Enrique López Albujar, Francisco Mostajo, Manuel Beingolea, Enrique A, Carrillo, Zoila Aurora Cáceres, Angélica Palma, José Félix de la Puente Ganoza, Felipe Sassone, Hemilio Valdizan, Carlos Camino Calderón, Raymundo Morales de la Torre, Ventura García Calderón, Augusto Aguirre Morales, Alfredo Gonzáles Prada, Darío Eguren Larrea, y Manuel A. Bedoya. Frecuentaron los paisajes de la estética modernista, además de otras escuelas que dejaron, o fueron dejando a través del tiempo. El estoicismo de Aurelio Arnao es su mejor instrumento discursivo, su tarjeta de presentación en el predicativo argumento de su narrativa, su particular visión "real" del mundo es siempre una advertencia lógica de su sincera manera de mirar el mundo y la vida de los hombres de su tiempo, de este olvidado escritor ancashino. No es ningún "provinciano" y menos un marginal dentro del panorama de la narrativa modernista, y el realismo indigenista. Los "Cuentos peruanos" (editados en 1939 con ilustraciones de Raúl Vizcarra y prologo de Aurelio Miro Quesada Sosa) de Aurelio Arnao, tienen el mismo nivel literario de los "Paisajes Íntimos" (1912) de Raimundo Morales de la Torre, de los "Cuentos Malévolos" de Clemente Palma, de los "Cuentos pretéritos" de Manuel Beingolea (1933), o de los "Cuentos Andinos" (1920) de Enrique López Albujar. Escribió Aurelio Miro Quesada Sosa del autor de "Cuentos Peruanos" lo siguiente: "Arnao comenzó su carrera de escritor en esos años que podría decirse tuvieron como eje el cambio de uno a otro siglo. Entre la promoción de poetas, cuentistas, ensayistas de entonces, Arnao se distinguía por su habilidad de narrador, su equilibrio, su don de mover personajes muy reales y qué él sabía componer con elementos en apariencia sencillos con un estilo natural, un vocabulario siempre limpio y un adjetivo siempre justo. López Albujar, con quien escribió un libro -juntos, al alimón- llamado "Miniaturas" dijo que "era el que cuidaba más la forma, entre nosotros", y no deja de tener razón. A los cuentos de Arnao no le sobran palabras, son precisos y amenos, modernos y clásicos, técnicos y experimentales. Arnao no aparece casi nunca en las antologías del cuento peruano y es uno de sus mejores exponentes, al mismo nivel que Clemente Palma y Manuel Beingolea, y queda una ingrata semblanza de Augusto Aguirre Morales en "La Polémica del Vanguardismo 1916-1928" donde refriéndose a los Literatos Jóvenes Arequipeños se le cita entre otros menores escritores: " Aurelio Arnao en tres o cuatro cuentos admirables que escribiera otrora". (Revista Cólonida, Lima, 1916, Nrs. 1 y 2).Lo cierto es que Arnao no tiene cuentos que le sobren nada en sus 30 "Cuentos peruanos". Son de admirar por su técnica cuentística todos, de ellos sobresalen: "El fracaso de Nicholson", "La segunda muerte", "El Pishtako", "La sequía", "El pavoroso cerdo gris", "La sospecha", "Historia vulgar de un hombre de bien", "El amable milagro de la Valvanera", El heroico cabo Jananka", "Gallerías Serranas", "La despenadora", entre otros. Nadie como Arnao (*) en el manejo del horror y el terror. 
Carátula de Raúl Vizcarra.

(*) Reclamamos una mayor atención para con la obra narrativa de Arnao. Se puede decir de este discípulo nuestro de Poe y Lamartine, que se reconoce en él las influencias de Maupassant, Kipling, Chejov, Hawthorne, Stevenson y Melville, en toda su obra: donde se advierte que la importancia de su técnica narrativa está en la arquitectura orgánica de su propio y particular discurso narrativo.

Lima, julio-agosto del 2005.

ARMANDO ARTEAGA Escritor peruano.
          

martes, 22 de junio de 2010

EL DESQUITE/ ARMANDO ARTEAGA

EL DESQUITE
CUENTO
*
ARMANDO ARTEAGA


Castilla-Piura. /Aypate-Ayabaca..

Una calurosa tarde de febrero por el camino arenoso del Angolo llegó un hombre que parecía venía a pie de un viaje de muy lejos, flaco y jamelgo, lento y famélico, casi cadavérico, ingresó por la calle principal del pueblo de Mallares. Traía toda la ropa raída y muy gastados los botines, su recua mula que arrastraba pesadamente todo su equipaje se paró automáticamente frente a las mismas tres tiendas conglomeradas del caserío: la botica La Salud, la bodega Rico y el bar El Averno.

Luego de comprar una opaca botella de elixir paregórico, el hombre se frotaba sobre sus brazos y hombros, la cara y las manos, el famoso liquen, para repeler algún mosquito palúdico de la zona. Hasta que se desplomó sobre un protuberante montículo de arena recostado al último soportal de la puerta de El Averno. Allí durmió haciendo un ovillo de cualquier cosa hasta el día siguiente que el imperturbable sol de las doce lo despertó.

El forastero se hizo amigo de todos los notables del pueblo. Pronto se instaló en una mesa adjunta de El Averno que estaba entre la calle y la baranda solera de la casa. Juan Matías como decía que se llamaba en verdad, tocaba la guitarra en notas disonantes, pero a la vez destempladas inquietando a los vecinos, no faltando uno que, después de tres noches de valses criollos que el forastero entonaba en su propia fiesta interior, se instaló en la otra mesa, al costado, de aquel apiñado bar natural que alborotaba a la gente de tanto calor, salvo la fragancia de los ciruelos que venían desde el fondo del jardín de la casa, y la caña o la chicha, que era el mejor dispendio de estos lares.

Félix Ochoa, nunca se había olvidado del rostro de aquel insólito hombre que hoy nuevamente aparecía por las inmediaciones de la hacienda Sojo, para nada, era el mismo rostro, cobrizo y achinado, con las cerdas negras de bigotes que ostentaba, insistente y predominante, el rostro grasiento y la sonrisa con el particular diente de oro y brillante que irradiaba cuando le daba un sorbo a la chicha o escupía el ardor del último cañazo que devoraba todas las intensiones puras del ambiente.

Para Félix Ochoa, era el mismo maldito que lo dejó en la orfandad hace ya más de veintitrés años cuando vio como un hombre malo venido, ¿de sabe diantre qué entrañas?, o de las serranías de Frías, por Pocúas, lo dejó huérfano, solo en el mundo, rodando por el mundanal ruido, sin poder parar la rueda, viviendo en la inclemencia, y sin nada que le devuelva la alegría de entonces cuando era niño, allá en Serrán, en su natal pueblo La Qemazón.

Juan Matías ni se percató de la presencia de algún peligro, esa tercera noche de jarana, al contrario de las dos anteriores noches de vela, lució sus mejores ropas y sortijas, y se entregó por entero al lamento de la guitarra, al despertar de esos desconcertantes valses piuranos que lo ponían melancólico y taciturno, y como no dejó de pensar la bella Doña Eduviguenes, la pespita mujer que servía a los comensales y parroquianos de El Averno:

...tenía el forastero unos ojos de loco, arrechos, que parecían no miraban hembra desde hace siglos...

-“No la va a ver nunca más” –pensó para sus adentros Félix Ochoa-, mientras acariciaba el brillo metálico y navajero de su garantizado*, un puñal certero, una sombra veraz, que le quitaba la vida y el sueño al más perspicaz ciudadano, y mirando con cierta ternura, con cierta venganza, le suplicó a Doña Eduviguenes: la décima cuarta copa de cañazo, es un buen número para empezar algo nuevo.

-Sírvale otra copa a mi nombre- pidió el forastero, que yo invito y pongo la música, para que nos entusiasmemos.

Fue una buena oportunidad para Don Félix, el desagravio.

-No vas a invitarme nada, desgraciaoo - exclamó con ojos endiablados Don Félix-, metiéndole con todo el certero y garantizado filo de la hoja del metal, fríamente, toscamente, la sangre brotó, ...y ya no te acuerdas, hijo de puta, cuando mataste a mi taita, y lo dejaste sin muger, largándote con mi madrastra, so forajido, perdiéndote en huida por la faldas de cerro Oyotún, aquel día, aquella tarde.

-So infeliz, mataste a mi padre, perro, y no te voy a perdonar, nunca. Mejor dicho: es la venganza del hijo, so hijo de mala madre.

*Puñal que usan los campesinos del Alto Piura.

Fotos: Armando Arteaga.