domingo, 25 de diciembre de 2011

El ‘Monarca’ de los bares / Raúl Mendoza

DOMINGO/ La Republica
25 de diciembre de 2011

El ‘Monarca’ de los bares

El Monarca es un local con mucha historia pero de perfil bajo al lado de otros  bares emblemáticos.
Esta es la crónica de una noche de copas en el lugar y un acercamiento a su historia en la voz de gente que lo conoce desde hace décadas. Muchos lamentan que la ‘hora segura’ recorte su noctámbulo horario de atención.

Por Raúl Mendoza
Fotos José Loo




 El brazo del jugador agita el cubilete en el aire por varios segundos, da un golpe seco sobre la mesa y deja correr los dados, que caen en cascada. Después el hombre saca cuentas y espera que sus dos compañeros prueben si tienen buena mano. Mientras tanto, se sirve un vaso de cerveza y sigue atento el juego de ‘cachito’, una vieja costumbre entre los asiduos a este ‘córner’ con historia. Son las once de la noche de un viernes en el bar-café Monarca, en Guzmán Blanco 445, y la gente se anima con trago, piqueos, conversa y los infaltables “yo te estimo”.
El jugador se llama Víctor Romero y cuenta que junto a sus amigos viene siempre a uno de los últimos bares emblemáticos que le quedan a Lima “porque conserva la tradición del cachito”. Dice sonriente que, a pesar de los borrachos presentes, esta “no es una cantina cualquiera” sino que se puede tomar tranquilo porque “aquí viene  gente seria”. Su amigo Luis Camacho, al lado, se queja porque ahora el local acata la prohibición de fumar.
Esta noche no es distinta a otras: el bar se llena a medias y no es difícil conseguir mesa. Unos salen y otros llegan. El Monarca tiene seguidores que aprecian su estilo sesentero (con salones enchapados en madera y espejos), sus buenos tragos cortos (el chilcano de pisco es recomendable) y sus platos para aplacar el hambre cuando el trago abre el apetito (sánguches de jamón o asado, tamales chinchanos o tibias papas rellenas). Es un local a la manera antigua: venden ‘chela’ grande y los mozos envejecen con el local.
Félix Espinoza, 65 años, llegó aquí hace cuarenta años para atender las mesas y ha visto pasar la historia del local frente a sus ojos. Es el mozo más antiguo de los tres que hay y el más parco, pero alcanza a contar que vio a Luis Alberto Sánchez o Armando Villanueva en una de las mesas, un lejano día de la fraternidad aprista. Cuenta que en los años 90 el bar se llenaba y que antes el mobiliario era enteramente de madera, pero con los años se reemplazó por sillas y mesas más baratas.
Un poquito de historia
Ni siquiera el dueño de este bar-café, Alejandro Oshiro, 60 años, se acuerda  ahora del año de nacimiento del local, aunque dice que “debe tener más o menos 50 años”. Cuenta que el primer propietario fue su padre, Santos Oshiro, y en su primera etapa fue más un café y un salón de té que un bar. “Aquí en los primeros años había viandas de comida, tortas, postres, pero con el tiempo se empezó a vender tragos cortos y después cerveza”. Alejandro se hizo cargo de la administración del bar hace más de 30 años y desde entonces pasa sus días detrás del mostrador, jugando a las cartas con los mozos en los tiempos muertos que le deja el negocio.
 No recuerda, o no quiere recordar, personajes de la política en su bar, pero sí la presencia de jugadores como Roberto Challe o del cómico Miguel Barraza hace más de una década. No ha guardado fotografías antiguas del local ni está seguro de que ya pertenezca a la memoria bohemia de Lima. Lo que sí sabe es que aquí recalan los trabajadores de las empresas cercanas a la salida de la chamba, profesionales de 35 años para arriba que matan la noche en sus mesas y borrachos conocidos que gustan de sus tragos y sus piqueos a buen precio. “Los viernes siempre tenemos más gente que los sábados”, explica.
A la 1.30 de la madrugada en el Monarca la mayoría de mesas están vacías, pero alguna gente sigue llegando. Vienen de otros bares que cierran a esta hora. Por eso se conoce a este bar: es un ‘córner’ de noctámbulos que atiende hasta que el último grupo se haya ido. A esta hora nos encontramos en una mesa con dos literatos, Armando Arteaga y Teófilo Gutiérrez, quien además ha trabajado en La República. El primero cuenta que en el edificio Guzmán Blanco –el bar funciona en el primer piso– quedaba el consultorio del famoso doctor Segisfredo Luza y, cuando este fue acusado de asesinar a un joven, el bar también se hizo conocido. “Los diarios tomaban fotos del edificio y el Monarca aparecía ahí”, cuenta y dice salud.
Este rincón es reconocido desde fuera por su nombre en letras amarillas de neón. En el hall de entrada usualmente se sientan las parejas y ahora es también el área para fumadores. Desde una mesa de esta zona un grupo de amigos, que se han reencontrado después de años, nos cuenta que aquí se reunían hace décadas los ingenieros del Ministerio de Transporte, los médicos que trabajaban cerca y los masones que hasta ahora tienen su local en el jirón Washington. “Por aquí caen también intelectuales que saben de su historia y recuerdan el lugar”, cuenta uno de los amigos literatos.
El propietario, Alejandro Oshiro, no se acuerda si antes han escrito algún artículo sobre su bar, que hoy luce un aire decadente. Por lo menos él no ha dado entrevistas. Le preguntamos que hará ahora que la ‘hora segura’ de la municipalidad le impedirá vender licor después de las 3 de la mañana. “Antes me quedaba hasta las 5 de la madrugada a veces; ahora habrá que acostarse más temprano”.

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